H. G. Wells: “History is a race between education and catastrophe”.

jueves, 26 de enero de 2012

3º CC.SS. - TEMA 8 - Cultivando maíz



En la jerarquía de la producción agrícola, los más ricos son los países fértiles y tecnológicamente avanzados de América del Norte, donde una pequeña parte de la población -aproximadamente el 3 % en Canadá y aún menos en Estados Unidos- produce más alimentos de los que sus compatriotas podrían consumir.

No hace mucho, viajé por Colorado para visitar una típica explotación agrícola estadounidense propiedad de Bob y Joanna Sakata, y de su hijo R. T. Bob creció en los años treinta cultivando la tierra en California. A consecuencia del ataque a Pearl Harbor, la familia de Bob, de origen japonés, fue enviada a un campo de internamiento en el desierto de Utah. Allí, Bob se enteró de que los agricultores de su raza aún eran bien recibidos en Colorado. En 1945, toda su familia se estableció cerca de Brighton y empezó a cultivar una finca de 16 hectáreas. Cinco décadas más tarde, la explotación es conocida como Sakata Farms y comprende unas 1.400 hectáreas a lo largo del río South Platte. Su rendimiento anual es impresionante: nueve millones de kilos de cebollas, casi siete millones de kilos de coles y más de once millones de kilos de maíz.



«La única manera de mantenerse en el negocio siendo agricultor es aumentar la producción y reducir los costes -me dijo Bob-. Hace ya cincuenta años, cuando empezamos aquí, un acre plantado con cebollas producía unos 200 sacos, cada uno con 50 libras de cebollas amarillas. Cuando aumentamos esta cantidad a unos 350 sacos por acre, pensamos que éramos los mejores agricultores del mundo. Hoy, si no producimos 800 sacos por acre, no podemos competir con nuestros vecinos.»

Aumentos como éste se deben en parte a la investigación de nuevos tipos de plantas, nuevos fertilizantes y nuevas técnicas de cultivo, y en parte también a grandes inversiones en equipos de tecnología avanzada. R. T., el hijo de Bob, me enseñó el edificio de mantenimiento. El lugar se parecía más a un hangar de La guerra de las galaxias que a una nave para la maquinaria agrícola.



El orgullo de la gran flota de Sakata Farms es un par de cosechadoras de maíz Pixall Super Jack. Estas gigantescas máquinas amarillas se mueven lentamente pero con seguridad a través de un campo de maíz, asiendocada tallo y arrancando las mazorcas con tanta suavidad que, en el proceso, apenas si se daña un grano. En 1995, las Super Jack costaron a los Sakata 160.000 dólares cada una, y los costes de mantenimiento son astronómicos: cuando el año pasado se reventó uno de los neumáticos, R. T. tuvo que pagar 905 dólares por una cámara y una cubierta nuevas. Pero las ventajas superan a los inconvenientes. En el momento álgido de la época de recolección, cada una de estas máquinas cosecha y empaca 240.000 mazorcas de maíz dulce al día. Quedé sorprendido por el tamaño, la capacidad y la complejidad de estas cosechadoras de maíz. Mientras se echaba hacia atrás su gorra de béisbol verde oscuro, R. T. hizo todo lo posible para tranquilizarme. «Pues sí, hoy estas máquinas parecen impresionantes -me dijo-, pero dentro de pocos años, si queremos seguir siendo competitivos, probablemente tendremos que encontrar algo que todavía coseche más. Por esto, según nuestro punto de vista, resulta difícil imaginar que se vayan a acabar los alimentos en el mundo. Siempre hay alguien que encuentra el modo de producir más e inundar el mercado. El resto debemos adaptarnos y así la cosa marcha.»

El maíz que los Sakata producen tan abundantemente es una planta originaria de América, pero que, trasplantada, también ha crecido en la mayor parte de África central. En realidad, en el África subsahariana, el maíz de grano blanco se ha convertido en un alimento básico. «Las condiciones de cultivo de este lugar no las ha superado ningún otro -me dijo Monty Crisp, un cooperador de desarrollo estadounidense que conocí en Ruanda-. En las explotaciones de la zona central de Estados Unidos tenemos algunos suelos ricos, pero sólo producen una cosecha al año. Aquí hay grandes extensiones de suelo volcánico capaces de dar dos o tres cosechas al año.» Sin embargo, la FAO señala que, desde el punto de vista nutricional, el África subsahariana está peor ahora que hace 30 años, y que el hambre y la malnutrición se siguen extendiendo.

La mayoría de los agricultores africanos no pueden permitirse comprar variedades mejoradas de semillas, productos agroquímicos o maquinaria. Sus aperos son un machete para arrancar las malas hierbas y, algunas veces, una única azada para toda la familia.



He visto este tipo de agricultura en las colinas del norte de Kenya. John Hooper, un agricultor jubilado de Wisconsin -voluntario de la ONG Food for the Hungry International, con sede en Scottsdale, Arizona-, me llevó a visitar una explotación de 1,8 hectáreas, grande para los estándares locales. Como es habitual en África, el agricultor era una mujer, Ellen Kuraki, una fuerte y reservada madre de ocho hijos. Kuraki tiene parcelas con legumbres, un huerto de mangos y un corral de pollos instalado en un lugar elevado para mantenerlo alejado de las mangostas que merodean. Pero la mayor parte de la finca está plantada con maíz. Cuando el tiempo es bueno, produce lo suficiente para alimentar a toda la familia Kuraki e incluso sobra un poco para vender. La granja genera unos 225 dólares anuales. El principal obstáculo para obtener más ganancias es el tiempo. Ellen obtiene dos cosechas de maíz al año. En cada cosecha tarda unas dos semanas en cortar los tallos y arrancar las mazorcas. Además, le lleva otra semana aproximadamente desbrozar el campo para la próxima siembra. Todo el trabajo es manual. Al oír esto, pensé lo que podría hacer con una versión en miniatura de la gran cosechadora de los Sakata. Lo mismo pensó John Hooper. «Ya ve, con una de estas pequeñas cosechadoras que venden ahora -dijo-, esta mujer podría desbrozar todo el campo y desgranar todas las mazorcas y tardaría, ¡asómbrese!, sólo media hora más o menos.»

T.R. REID, Alimentando el planeta.

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